Durante la trata esclavista, el Caribe se nutrió de creencias de los diferentes grupos étnicos que llegaron a estas tierras. Las influencias, en muchos casos, se hicieron recíprocas entre las diferentes etnias, de manera que a veces se torna difícil distinguir entre una y otra manifestación religiosa. El complejo de asociaciones Abakuá o Ñáñigas son sociedades secretas consideradas como hermandades para la ayuda mutua, de las cuales sobreviven más de un centenar en las ciudades-puerto de La Habana, Matanzas y Cárdenas en Cuba y que hoy son únicas en el continente americano. Las asociaciones abakuá tienen sus antecedentes en las sociedades secretas que existieron en la región nigeriana del Calabar y en los Cabildos de Nación. Las funciones principales de estos últimos, eran ayudar y socorrer a todos aquellos miembros que lo necesitaran; además de perpetuar su cultura a través de las celebraciones de los domingos, donde se realizaban ritos que contribuían a preservar y mantener sus tradiciones.
El mito en el que se basan los ritos abakuá de iniciación, tuvo su origen en una leyenda africana que narra la historia del hallazgo del Pez Sagrado por la princesa Sikán, hija del rey Iyamba, de la nación Efó. El Mito de Sikán determinó además, que sólo hombres pudieran ser iniciados en esta religión para lo cual debían ser dignos, fraternos, laboriosos, cumplidores del código ético cultual, al igual que buen padre, buen hijo, buen hermano y buen amigo. Los principales atributos ñáñigos son, en primer lugar, los tambores del orden ritual, con los cuales se ejecuta solamente las llamadas al orden y que se preservan dentro del templo sagrado llamado famba, al cual sólo tiene acceso la alta jerarquía abakuá. El más importante es el ekue o tambor de fundamento y secreto, que se toca por fricción y que reproduce la sagrada voz de Abasí Tanze. Además, están los bastones o atributos de los jefes principales. Por su parte, la música ñáñiga se ejecuta con otro grupo de tambores, los cuales de mayor a menor reciben los nombres de bonkó-enchemiyé, obí-apá, cuchíyeremá, y benkomo. Completan la orquesta los itones o palos, el cencerro o ekón, y las erikundis o sonajas.
Cobra una significación muy especial en los plantes los iremes o diablitos, danzantes enmascarados que hoy constituyen símbolos en el folklor cubano. Son considerados como un elemento simbólico dentro del ritual que representa a la naturaleza. El diablito abakuá es una figura antropomorfa con la cabeza cubierta de un capuchón terminado en punta, el cual solo tiene un par de ojos bordados. Usan una vestimenta de colores vistosos y abigarrados dibujos. En el cuello, rodillas, bocamangas y bocapies, sendos festones de soga deshilachada. Colgados de la cintura, varios cencerros de metal que suenan al andar y bailar. En las manos llevan un trozo de caña de azúcar y una rama de 'escoba amarga'. Los diablitos se desempeñan en funciones privadas y funciones públicas, rituales y de pura de diversión. Todos representan siempre el espíritu de algún antepasado. Ven y oyen, pero no hablan, expresan sus sentimientos y estados de ánimo a través de la gestualidad de sus coreografías. Durante los ritos los iremes permanecen dentro del recinto donde ofician las ceremonias secretas.
Los abakuá aunque no adoran a las deidades, como en el caso de la Regla Osha, sí tienen santos que apadrinan los diferentes juegos o potencias. Así, está por ejemplo, Abasí, quien es el Dios supremo; Llarina Allerican, quien tiene correspondencia con Shangó; Llarina Oro Conde, la que sincretiza con Yemayá; Llarina Ibandá, la que tiene correspondencia con Oshún; Itia Arará a quien se equipara con Babalú Ayé, entre otros.
La Sociedad Secreta Abakuá posee indudablemente gran significación en el contexto religioso cubano: ha preservado y transmitido, de generación en
generación, por más de un siglo, los más auténticos valores de los ancestros africanos de la región nigeriana del Calabar, aun cuando, en la mayor parte de su existencia, ha sido perseguida y condenada por las autoridades. Hoy continúa siendo símbolo de hermandad y fraternidad entre sus adeptos, quienes, orgullosos de su herencia, rinden culto a sus antepasados.